YOU JUMP. I JUMP.

Me lleno de vicios a cada día que pasa por mi espalda. Lenta, suavemente y sin pausa; siempre tuve claro que quien se enamorara de mí tendría la desgracia de enamorarse no solo de lo que soy, sino de todo lo que arrastro.
Cuesta conocerme realmente, quizás porque cuesta conocer todo aquello de lo que YO me enamoré alguna vez. O quizás es que ni siquiera soy consciente de por quién perdí realmente la cabeza, el corazón y las bragas.

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Kero fue la primera mascota que tuve, aunque compitió con ganas por capturar mi atención con aquella pequeña gatita llamada Luna. A pesar de todo siempre preferí los felinos, sus ojos me recordaban de cierta manera a los de Kirtash cuando lo conocí, ojos de serpiente tan finos como los de un gato. Jack siempre me cayó bien e incluso pudo llegar a convertirse en ese amor platónico similar al del príncipe azul, ya que era como el hermano mayor que nunca tuve o el primo de Roran, ese jinete de dragones que aún espera en mi estantería para saber como acaba la historia de su vida. El lugar privilegiado de Britney en mi pared pronto tuvo que competir con aquella música comercial que en realidad jamás llegó a tocarme el corazón como lo hizo el Sr. Harry Potter, Alacena bajo la escalera y Escondido Bajo los Cojines del Salón no precisamente en el número 4 de Privet Drive. Nueve años después me niego a creer que nuestra relación se haya acabado y por eso no permito que coja polvo mientras aguarda para que me pierda entre su magia una vez más, jamás cansada de volver a verle.
Por aquel entonces aún tenía las manos manchadas de rotulador o bolígrafo cada vez que me perdía entre un viejo amigo, puesto que por aquel entonces todavía era demasiado pequeña para entender que hay libros que son como hacer el amor, -siempre te dejan un cosquilleo de inmensa felicidad en el estómago- y ni siquiera me preocupaba de guardar los dibujos en el cajón antes de perderme entre el frío suelo y el susurro de las páginas. Bartimeo consiguió que el nombre de su amo quedará grabado a fuego en mi mente, aunque ni siquiera me percate de ello en su momento. Los dragones se peleaban, ya no con sheks que me llamaban 'criatura', sino con gárgolas y brujos, hasta que Lestat apartó a todos los que consideraba meros figurantes y me enseño la cara oculta del mundo, un mundo de sangre, oscuridad y placer infinito entre criaturas que cantaban con la voz de Tiziano. No le entendí y por eso quizás el Sr Cullen consiguió atraparme tan cautivadoramente cuando, por puro azar, decidió que pasaría el resto de la eternidad en mi estantería. Y debo admitir que siempre me sentí el centro del mundo patoso hasta que conocí a la Srta Swan y entonces me sentí un poco menos torpe, capaz de caminar con tacones e intentar beber ron al mismo tiempo. Entre las páginas no había nadie que compitiera con el adonis de marfil, hasta que aquellos personajes surgieron a la gran pantalla y el lobo tenía, además de una sonrisa demencial, un cuerpo listo para el pecado pero solo reservado a una pequeña híbrida. Algo más que se clavó de manera subliminal en mi cabeza, ahora me percato, pero no importa porque sus aventuras terminaron hace algún tiempo.
Tramposos ladrones me hicieron soñar quizás con Venecia y Lengua de Brujo consiguió que deseara ocupar el lugar de la pequeña Meggie, tan solo para heredar su magnífico don. Y cuando prometí que jamás habría nadie que me robaría el corazón de la misma manera que lo había hecho Don Perfección Ojos Dorados y Corazón sin Latido en el Pecho, cierto cazador de sombras me enseñó lo sumamente fácil que era matar a un vampiro para quedarse con lo que consideraba suyo, tan solo hasta que su antepasado Herondale se lo quitara a través del tiempo. Pero no importa, Jace siempre será un Lightwood y Sebastián, además del hijo al que jamás querré, será un poco menos malvado que Jonathan Morgesten. Mientras, entre aquel mundo lejano/¿o quizás no? de superhéroes iba conociendo a los más famosos, aunque no había ninguno que consiguiera llamar mi real atención: el señor Bruce Wayne se me metía por los ojos pero ya tenía a una fiel seguidora y siempre me gusto más el logo de Superman. Quizás alguien con peor carácter y un segundo esqueleto hecho de adamantio conseguía arrancarme algunos suspiros, siempre y cuando algún mutante de fuego no se cruzara en su camino.
Cuan fácil era llorar, a pesar de todo, cuando Marina decidió abandonarme junto a Oscar en aquella estación de Barcelona, la Ciudad de los Malditos donde Daniel decidió encontrarme y convertirse en ese hombre del que, poco a poco, fui conociendo cada uno de sus secretos y al que decidí amar sin importarme la tinta impresa que nos separaba; el típico maduro casado y con hijos que te hace perder la cabeza por volver a verlo una vez más, la última todavía no concedida. Entendía, a pesar de todo, que Jared se perdiera entre las cuevas para encontrar a Melanie en lugar de a Wanda, mientras Ian esperaba pacientemente para hacerle entender a aquella extraterreste el significado de eso tan humano que llamamos 'amor'. Y entre príncipes de niebla y trenes fantasmas decidí temer no poder perderme para encontrar el camino a Fells Church, temiendo no cruzarme en el camino de aquel al que solo le importaría beber la sangre de cuantos humanos se le cruzaran para así olvidar que, precisamente, la mujer a la que ama es la misma a la que ama su hermano. [Auch, eso duele hasta en mi cabeza] Nombre y mortificación adquiridas, me quedó preguntarme a mí misma si no bastaba ya de enamorarse de hombres de negro y sangrante corazón que siempre perderían la cabeza por otras personas y entonces fue cuando me enamoré de los panaderos, quizás porque el ¿Real or not real? consiguió que dejara de engañarme a mí misma para admitir que, de vez en cuando, el bueno tampoco esta tan mal. Porque, como todos, siempre desee ir a Hogwarts, a Narnia, Nunca Jamás y el País de las Maravillas, pero nunca me convenció el billete de primera clase que conseguí para ir a los Juegos del Hambre. Manías.
Y llego un punto en el que decidí que dejaría de hacer el amor con aquellos que me habían destrozado el corazón y empezaría a follar, sin preocuparme, intentando no sentir absolutamente nada por aquellos personajes -ya que ni siquiera tienen otra denominación- que me habían hecho soñar desde pequeñita con sus maldades. E, irónicamente, la mayoría tomaron rostro y cuerpos dignos para pecar más de una vez, tanto que a veces me pregunto si no fui yo la que volvió loco a Tate Langdom o incluso a Lengua de Plata, puesto que la primera vez que lo vi me pareció una burda copia barata de aquel gatito grande al que llamaban Scar y que consiguió arrancarme más de una desesperada lágrima en mi infancia. NOTA: Aún lo hace el jodido. Pero no, el maldito bastardo hijo del frío Jötunheim ha conseguido que me vuelva Loki'd del todo, así que, ¿qué más dará si me gustan malvados o superhéroes? ¿Qué importa un factor más de caos para aquel que es el Dios de las Travesuras? Putos finos labios, si ya decía yo que algún día intentaría encontrar ese reflejo de su boca allí donde mirara, aunque aún no lo había conocido y el 156 era un número cualquier para mí por aquel entonces.


La música, extrañamente, deja de tener sentido si sus letras me susurran historias prometidas que olvido nada más abrir la primera página. El mundo que todos conocen no es tan real como lo pintan los mapas, tiene un montón de arrugas en el que se ubican determinados puntos perdidos: los ya nombrados, Raccoon City, Rapture, Silent Hill, el distrito 12 o no, mejor directamente Panem, Alacante cuando sus salvaguardas no cayeran, el Londres de Will & Jem y probablemente una infinidad de lugares que, como siempre, olvido mencionar por culpa de mi pérdida de memoria a corto plazo y mi escaso sentido de la orientación.
Porque quizás hubiera sido una buena idea salir del Titanic cuando Peter me lo pidió y acompañarle a Nunca Jamas, aunque ya se sabe, no hay niñas perdidas. Somos demasiado listas para caernos del cochecito, aunque siempre he creído que en realidad prefieren caminar con tacones entre los caminos empedrados de Dublin. No las culpo, yo lo haría con distintas cosas bajo los brazos: con maestría, sujetaría con mi brazo izquierdo la pequeña cesta donde permanecería un gato, sin importar su apariencia, cuyo nombre conocería al mirarle a los ojos o quizás sería directamente señor Lawliet, junto con una maleta del mismo material que el bolso de Mary Poppins donde guardaría todas aquellas historias que se llevaron parte de mi misma  y me dejaron medio entera con remiendos y cicatrices. Y en el otro brazo, en la otra mano concretamente llevaría tatuada la inspiración para poder crear mis propios héroes adorables y villanos follables, aunque todas y cada una de mis historias tuvieran en común una cosa, algo que no sería difícil de descubrir si me conocieras.

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