Deberías saber que en las horas muertas que pasaba viendo como el humo de mi cigarro ascendía lentamente hacía el techo, noche sí y día también, jamás deje de recordarte. Tanto que dolías, tanto que llegue a odiarte por instalarte en mi cabeza de manera que cada uno de mis suspiros y escuetos escalofríos surgían de tu simple recuerdo. De un recuerdo, ¿sabes lo ridículo que resulta eso? Saber que tu voluntad se rige por los actos y deseos de otra persona, alguien que en realidad jamás debió estar en tu vida pero que se cruzó en tu camino como una bala, directa al corazón. Porque, por muy increíble que pueda resultar, hay un corazón debajo de tanto hielo, que tú mejor que nadie conoces mi pasado y el hecho de que, antaño, fui alguien normal . Si es que existe algo de normalidad en esta maldita ciudad, cenizas a las cenizas y cárcel de todo lo que fuiste cuando aún podía leer la inocencia en cada poro de tu piel. Deberías recordar que seguí cada paso de tus pies, cada movimient