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Adiós a ella, no a este año.

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Y es que es fácil despedirse de un año. Los vamos perdiendo uno tras otro, día a día sabiendo desde pequeños que no pasa nada, porque cuando un año se marcha llega otro nuevo.  Pero hay despedidas que son mucho más difíciles de dar. Y aunque quizás con los años he aprendido a darlas cuando se merecen, no por ello resultan fáciles y sé que aún me quedarán días en los que no asimile que esa despedida llegó ayer, o quizás esas dos noches anteriores al tomar su mano pensando " hasta mañana " con la inocencia de quien desconoce lo que esta por llegar pronto, más pronto de lo que debería. Pero hay cosas de las que no podré despedirme nunca.  Como del sabor de ese puchero tan particular que siempre preparaba, siempre el plato favorito porque nadie más en el mundo sabe ni sabrá hacerlo igual. De esas tardes sentadas al sol en invierno.  De las regañinas por llegar hasta las orejas de barro y suciedad. De los recados, siempre con un "se me ha olvidado esto"