TODOS LOS DÍAS.
Carmen se sienta todos los días en la puerta de su casa, en una silla que ha visto tiempos mejores pero que aun cumple su función con eficacia, con las manos cruzadas sobre las piernas como su madre le enseño tiempo atrás y la mirada perdida en sus vagantes pensamientos. Si intentara descubrir porque hace eso cada día, descubriría que no es capaz de saberlo, pero no lo piensa por lo que continua sentándose allí cada día, sin falta. Aunque llueva o haga un sol de justicia, se sienta tranquilamente en la puerta de su casa, en una silla más vieja que ella, con su pose de señorita desgastada y sus grises ojos obcecados en la niebla de la experiencia. Porque todos los días sin falta su nieto Alberto pasa por la puerta de su casa. Al verlo doblar la esquina, Carmen sonríe y comienza a levantarse como puede, despacito, a su ritmo. Ella le sonríe con infinito cariño cuando llega a su puerta, tocándole una mejilla cuando él se agacha para darle un beso porque su nieto es todo un hombreci