SIMPLICIDAD

Que nada es nunca tan difícil como parece, Jacques Saunière ya lo decía:
conoces las respuestas, solo tienes que buscarlas en tu cabeza
Pero nos gusta aparentar que todo es más difícil, complicarnos la vida de manera que vivamos intensamente cada momento, las penas y las glorias. Con lo sencillo que es vivir sin más, dejar pasar los días entre el conocimiento de saber que la felicidad de otros puede ser también tu propia felicidad, de sentirte simplemente satisfecha por conocer que, de hecho, todo tiene su propia y simple lógica.
Que el mundo se acabó y allí seguíamos nosotros, uno junto al otro sin hacer más que darnos la mano. Firmes, cálidas. 
Tú por mí y yo por ti.
Pero somos seres complejos y egoístas, sobre todo egoístas. 
Nos acaba dejando más satisfechos el trastocar el cosmos para hacer que todo gire a nuestro alrededor antes que dejar las cosas en su lugar. Es más placentero. YO y yo misma. Al final acabamos desafiando a Galileo para apartar al sol del centro del universo y ocupar su lugar; acaba importándonos más lo que nos afecta al MI, antes que utilizar cualquier otro determinante posesivo. ¿Y quién nos puede culpar de ello? En realidad y por mucha empatía que puedas mostrar, lo que al final acabas sintiendo es lo que te toca en primera instancia, aquello que te afecta a ti y no al resto. 
Lo que sientes


Y podríamos estar discutiendo esta aparente simplicidad hasta el próximo fin del mundo, esta dicotomía entre dejar claro si nuestra simple lógica es en realidad una furcia barata con carmín caro, pero prefiero perderme entre otras letras mucho más sencillas y desquiciantes: 
esas que solo se susurran.

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