STRONG.


Cuando llegas para susurrarme todo aquello que eramos y fuimos algún día, me pregunto en que momento de nuestras vidas se truncaron nuestros caminos para, en apariencia, separarse.
En apariencia porque jamás te separas de alguien que aún perdura en tu recuerdo, en apariencia porque jamás te separas de quien, sin tú saberlo, comenzó a forjar las bases de la persona que ahora eres. Que todas aquellas personas a las que un día quisiste tanto que dolía se reflejan en los pequeños destellos de tus pupilas cada vez que te miras los ojos en el espejo del cuarto de baño; algunas perdura, otras cayeron y unas pocas se mecen en el filo de la indecisión. Nunca fui sin ser, quizás en eso consiste madurar, en darte cuenta de que las cosas no son siempre blancas o negras y que a veces nos puede más un hasta luego sin final que un adiós definitivo.
Dejó todo lo que debí decir escrito a mano en cartas que jamás llegarán a su destino, siempre guardadas por los rincones del lugar que ahora me acoge. A mí y a todo lo que he dicho, dije y me queda por decir. Demasiados jamás y d.
Y cuando llega ese preciso instante en el que, una vez más, te paras a un lado del camino para preguntarte en que punto estas, te das cuenta de que en realidad no has caminado hacía delante sino que vas hacía atrás. Como los cangrejos, mareada y sin un fin.
Pero no importa porque continuas sonriendo, aunque tu sonrisa no signifique que seas feliz, sino que eres fuerte.

Siempre me gusto escribir mis historias en tercera persona, hablar de mí resulta demasiado duro para alguien tan débil.

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