TUS MANOS HELADAS CONTRA MI ESPALDA

En las noches de invierno nevado era cuando más llegaba a odiarle, porque siempre tenía las manos heladas y siempre buscaba algún rescoldo en mi cuerpo para intentar que parte de la calidez que guardaba en mi pecho, esa especialmente creada por él, se contagiara a sus finas manos heladas y manchadas de pintura.

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—¿Puedo saber, gran artista, por qué siempre tienes que despertarme tocándome con tus manos heladas? 
—No puedo evitarlo, amor. Te veo durante el paso de las horas ahí, durmiendo entre blancas sábanas y blanca luz de luna ajena a mis oscuras intenciones, ajenas al trazo de mis pinceles que te inmortalizan, una vez más, en uno de tantos lienzos y me preguntó si realmente estarás tan cálida como pareces. Eres calidez para mi, amor. 
—Y tú eres un anticuado. Nadie dice 'amor' en los tiempos que corren y nadie pinta porque nadie tiene tiempo para el arte. 
—Mentira. Tú eres arte en su estado más puro. 
—Y tú eres el anticuado pintor sin musa, en una busca continua de la pasión que el arte encierra bajo su cálida piel. Lo sé, me lo susurras cada noche cuando crees que estoy dormida. 
—Una equivocación inducida por mí, amor: lo susurro cuando tú crees que creo que estás dormida. 
—Será mejor que pongas tus manos heladas contra mi espalda y no salgas de estás sábanas hasta que el arte decida cansarse de darte toda la pasión que esconde entre sus muslos, gran artista. 
—Creo que me llega la inspiración ahora, Arte. 
—Entonces no hagas esperar a las musas y ama al Arte, con mayúscula, como siempre has hecho. Ámame esta noche y mañana te perdonare tus manos heladas contra mi espalda.

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