GRAN PAPÁ

Deberías saber que en las horas muertas que pasaba viendo como el humo de mi cigarro ascendía lentamente hacía el techo, noche sí y día también, jamás deje de recordarte. Tanto que dolías, tanto que llegue a odiarte por instalarte en mi cabeza de manera que cada uno de mis suspiros y escuetos escalofríos surgían de tu simple recuerdo. De un recuerdo, ¿sabes lo ridículo que resulta eso? Saber que tu voluntad se rige por los actos y deseos de otra persona, alguien que en realidad jamás debió estar en tu vida pero que se cruzó en tu camino como una bala, directa al corazón. Porque, por muy increíble que pueda resultar, hay un corazón debajo de tanto hielo, que tú mejor que nadie conoces mi pasado y el hecho de que, antaño, fui alguien normal. Si es que existe algo de normalidad en esta maldita ciudad, cenizas a las cenizas y cárcel de todo lo que fuiste cuando aún podía leer la inocencia en cada poro de tu piel.


Deberías recordar que seguí cada paso de tus pies, cada movimiento vacilante y sin un destino que te hacía caminar hacía delante, simple movimiento en la poesía de tu cuerpo. Te descubrí entre las tinieblas que obcecaron este ardiente órgano que aún late en mi pecho, cada uno de sus latidos especialmente dedicado para ti, y ya no pude pensar, creer, vivir o respirar nada más que . Te convertiste en el hálito de cada inspiración y espiración de mis pulmones, al mismo tiempo que cada una de las neuronas de mi cerebro pugnaban por concentrarse en ti, en mis recuerdos de tu inocencia hurtada y en cada segundo que te veía crecer frente a mí, entre mis brazos y algo más allá de tu cuerpo. Que fui testigo de como te hiciste tan fuerte que te asustabas, rosa a la que le crecieron espinas cuando la aplastaron. Y asumí todos los papeles que necesitaste que asumiera, amigo, hermano, padre y marido ante la soledad de tu propia mente. 

Comentarios