TODOS LOS DÍAS.

Carmen se sienta todos los días en la puerta de su casa, en una silla que ha visto tiempos mejores pero que aun cumple su función con eficacia, con las manos cruzadas sobre las piernas como su madre le enseño tiempo atrás y la mirada perdida en sus vagantes pensamientos.
Si intentara descubrir porque hace eso cada día, descubriría que no es capaz de saberlo, pero no lo piensa por lo que continua sentándose allí cada día, sin falta. Aunque llueva o haga un sol de justicia, se sienta tranquilamente en la puerta de su casa, en una silla más vieja que ella, con su pose de señorita desgastada y sus grises ojos obcecados en la niebla de la experiencia.
Porque todos los días sin falta su nieto Alberto pasa por la puerta de su casa.
Al verlo doblar la esquina, Carmen sonríe y comienza a levantarse como puede, despacito, a su ritmo. Ella le sonríe con infinito cariño cuando llega a su puerta, tocándole una mejilla cuando él se agacha para darle un beso porque su nieto es todo un hombrecito ya. Le pregunta que tal el instituto y si está estudiando mucho, porque siente que tiene que alentarle a ser un buen estudiante aunque le querría igual si no lo fuera. A veces le da un par de euros para que se compre algún capricho de vuelta a casa. A veces consigue que se siente con ella un rato, el tiempo justo para que su madre no se asuste preguntándose donde está su hijo a esas horas.
Por eso Carmen se sienta todos los días sin falta en la puerta de su casa, a esperar a ver a su nieto Alberto.
Marcos pasa todos los días por la puerta de Carmen. Tiene que hacerlo para volver a casa del trabajo, ya que terminó la carrera hace un par de años y, más como un milagro que como un golpe de suerte, consiguió encontrar un trabajo. No es el trabajo de sus sueños ni el trabajo para el que estudió, pero es un trabajo. Con eso se conforma, aunque con eso no es feliz. Pero se conforma. Porque hay otras cosas que hacen que la jornada merezca la pena cuando acaba.
Y por eso a Marcos no le importa esperar un momento antes de seguir hacía casa para dejar que esa anciana le dé un beso mientras le toca con cariño la mejilla, ni le importa devolverle el beso día a día. No le importa contestar siempre que está estudiando mucho aunque hace mucho tiempo que acabo el instituto, ni tampoco ir guardando el par de euros que de vez en cuando le da en un bote, incapaz de gastarse algo que no es suyo. Mucho menos le importa de vez en cuando sentarse con ella, a su lado, dejando que le coja la mano y la estreche con una sonrisa de felicidad incomparable.
No le importa porque Marcos conoce sus propios defectos y sabe que es egoísta, que cuando vuelve del trabajo necesita ese pequeño contacto desinteresado de cariño que no le pertenece. El primer día que ocurrió, creyó que se trataba de una confusión; a la semana, pensaba que era una broma que Carmen le gastaba incansablemente. A las dos semanas, se dio cuenta de que estar en el trabajo le resultaba un poco menos pesado gracias a que sabía que Carmen estaría esperando a que su nieto Alberto, en realidad él mismo, pasara por su puerta cuando volviera a casa. Y eso le hizo sonreír.
Y a partir de entonces se dio cuenta de que era la criatura más egoísta del mundo. En lugar de mostrarle la realidad a la anciana y decirle que se equivocaba, disfrutaba dejando que le sonriera, disfrutaba haciéndose pasar durante unos minutos por alguien a quien ella quería enormemente, disfrutaba sonriendo para conseguir que ella le sonriera a él. Aunque en realidad sonriera a su nieto Alberto.
Aunque él no lo sea.
Porque Carmen es infinitamente feliz cuando ve a su nieto Alberto volviendo del instituto, porque es todo un hombrecito aunque a veces es algo travieso. Le gusta que le diga que va bien aunque sabe que es mentira, porque nunca ha sido muy buen estudiante pero es un buen chico y eso lo compensa. Aunque no todo el mundo piensa igual que ella, pero ella es su abuela así que puede pensar con respecto a su nieto como quiera.
Aunque Marcos no es Alberto.
Aunque ella no vea en él a nadie más que su nieto y él nunca sepa quién es el tal Alberto.

Porque todos los días, durante un rato, él deja de ser Marcos para ser Alberto. Por una mujer a la que solo conoce porque todos los días le espera en la puerta de su casa para darle un beso, una mujer que le alegro un poco la vida sin siquiera proponérselo. Porque él no es Alberto, pero no le importa serlo durante un rato todos los días.

Comentarios

  1. Amo este relato, sinceramente noto una madurez en tu forma de escribir desde las historias antiguas. Siento que haz avanzado realmente y haz crecido comoescritora.
    Por cierto, cree esta cuenta solo para comentarte pero tenia tu blog en marcadores mi pc murio y perdi todo ._.
    En fin, gran escritora. Me encanta tu manera de escribir y como simpre digo amo Sere tu little sister... algun dia ojala pudiera ver un adaptacion de mini serie o algo asi.
    En el momento que borraste todo yo me quede estupefacto. Mujer habias borrado de la faz esa maravillosa historia junto con las demas. Apenas empezaba a leerte y fumm se fueron. Por fortuna y no por que sea un ladron o algo asi copie la historia ya mencionada y la guarde en mi pc (una de las pocas cosas que logre salvar) y cada vez que la leeo me sigue fascinando.
    Me alegra que hayas vuelto. Sigue adelante y apoyo desde aqui, desde mi, un fan mas.

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