A 18 DEL 12.

Un día. 
No hoy. 

Quizás es momento de reaccionar, de pararse un minuto y echar la vista fuera de estas cuatro paredes que han sido mi refugio durante siete meses y ocho días. Quizás. No lo sé, ni puedo saberlo. Duele intentar saberlo, más de lo que jamás pareció o parecerá.
No sé si admitir que no puedo es la solución.
Pero no puedo.
Y sé que no importa o quizás si importa y después de todo este tiempo tengo que empezar a superarlo, pero sencillamente es superior a mi.

Porque cada 24 de Diciembre por la noche estaba en su casa o cada 25 de Diciembre por la tarde.
Y había queso y jamón serrano, siempre lejos de donde yo me sentaba porque era capaz de comerme el plato entero. Sigo siéndolo.
Había gambas que siempre había que pelarme porque no sabía pelar una gamba. Sigo aprendiendo a hacerlo.
Había sopa de picadillo, cada cena o comida de Navidad sopa de picadillo en la mesa.
Y después no recuerdo lo que había, porque permití que los recuerdos se desvanecieran con el paso de los años. Años malgastados. Años que no volverán. Años en los que simplemente no podré sentarme en la mesa a esperar pacientemente que corte el turrón de yema que compra solo para mi porque no me gusta ninguno más. Compraba.
Ya no lo hará.
Y duele, mas de lo que nadie se puede imaginar. Porque eres consciente de que la culpa es tuya, de que todo lo que has perdido y no tienes oportunidad de recuperar es culpa tuya.
Y te das cuenta de que estás perdiendo el resto.
Pero no puedes.
Porque duele.
Demasiado.


Pero me siento incapacitada de recorrer las calles de la ciudad en la que me enseño a crecer. No es no querer, es paralización de cada uno de mis pensamientos al verla en cada escaparate, en cada banco, en cada calle. 
Supongo que algún día pasará. 
O quizás no
Supongo que algún día podré ser más fuerte que ahora. O que mañana. O que ayer. 

Comentarios