HUBO UNA ÉPOCA...

En la que yo sabía escribir.

Sencillo. 
Conciso. 
Una época en la que pequeños híbridos de lo imposible jugaban sin peligro entre demonios y Big Daddies. 
Donde subía desde las profundidades del mar más oscuro al cielo más luminoso jamás visto por un mortal, donde fuegos fatuos guiaban el camino a cualquier castillo maldito, hogar de amables y crueles criaturas. 
Donde se le daban cuadernos de muerte a niñas de pelo blanco y vivos ojos. 
Donde no importaban los latidos de un muerto corazón tras los hilos del tiempo. 
Donde jugueteros tiraban de los hilos cortados de sus muñecas hechas carne y hueso. 
Donde jóvenes sin cualidades algunas se convertían en pequeños héroes para pequeñas niñas, testigos de poderosos amores sujetos a la voluntad de una conciencia escasamente lúcida. 
Donde cabía la posibilidad a despertar muerto en cada amanecer y vivo al anochecer, un poco más fría, un poco más intensa.
Donde los espejos no eran lugares en los que poder encontrarse sino en los que poder perderse.

Donde toda historia encontraba un punto de inflexión en el que entrelazar sus pasos con el resto, haciendo de aquella la que era mi mente un curioso lugar donde ningún cabo acababa sin quedar atado.


Donde no había auto juicios ante aquello que quería sin más soltar.

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