EN LAS VENAS

Vivía con la melancolía impresa en las venas.
Tenía sus días buenos y sus días malos, como cualquier otra persona, pero en alguna de las veinticuatro horas que tiene una jornada la necesidad de inspirar hondo la acuciaba. Necesidad, pura, al notar como el pequeño agujero que notaba en el centro de su pecho se abría un poco más, como si de repente tuviese vida propia y decidiese hacerse notar en la manera de un latido. Pero doloroso. Como si tuviese dos órganos vitales, pero uno tan minúsculo y lánguido que tan solo hacia acto de presencia para bombear melancolía por todo su cuerpo.

A veces sentía melancolía de una sencilla taza de té caliente, mangas largas de una sudadera que cubriera sus manos y alguna tarde de lluvia en la que escuchase el repiquetear del agua sobre el toldo del patio. 
Otras veces era un poco más complicada. 
Un café a las tres y media. Una tarde tiradas en la calle sin hacer más que reír. Una noche de películas en una cama de uno veinticinco. El repiquetear de unos tacones por la calle Larios. Algún abrazo repentino, un risa descuidada, alguna foto cómica. 

Como todo en la vida, la melancolía sencilla era más fácil de solucionar que la complicada. A lo sumo, podía enfadarse con el clima por no traerle una buena tormenta cuando lo necesitaba, puesto que las ganas de una tormenta no eran simplemente eso nunca, sino una necesidad con todas sus letras. Ene e ce e ese i de a de. 
Las complicadas eran tan difíciles de solucionar como el desear una tormenta en pleno Julio. Los instantes en los que aparecían no eran nunca los adecuados, no eran nunca posibles de satisfacer. Acababan sumándose al doloroso latido de ese extraño órgano en su pecho que en algún momento del día le llegaba. 
Y lo temía. Muchas veces lo temía sin saberlo, otras prefería no pensar en ese temor; sabía que estaba, no necesitaba recrearse en él. No era de palabras en esos momentos, sino de silencios en los que probablemente sus ojos gritaban pero nadie llegaba a ver dichos gritos nunca. 

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